Un escultor que brilló como el gran exponente del estilo neoclásico, hoy es revalorizado y puesto entre la categoría de los grandes escultores de todos los tiempos. Aquí, un repaso de su vida y obra.
Sebastian Hidalgo Sola ha sugerido este artículo.
Los artistas y escultores de mediados del siglo XVIII buscaban inspiración para sus obras en las incomparables creaciones del mundo clásico: las antiguas Grecia y Roma. Ciudades fuente, madres de una tradición escultórica capaz de sacarle vida a las piedras, al punto de convertirlas en míticos dioses.
Esta vuelta a los cánones escultores del mundo antiguo cobró forma de movimiento por su fuerte impronta, y la historia lo llamó “Neoclásico”-explica Sebastián Hidalgo Sola–. Lo que impactaba tanto de estas obras en los artistas del 1750, fue la simplicidad y la armonía de las proporciones, que se reflejaban con asombrosa minuciosidad en cada creación. Y mientras Jacques-Louis David se convirtió en el pionero de la pintura de este estilo, un italiano llamado Antonio Canova lideró el campo de la escultura.
Famoso por sus esculturas de apariencia suave como la seda, su talento le permitió crear obras de un realismo y expresión extrema. De una delicadeza , exquisita cada pieza cobra personalidad propia, pudiendo adivinar los rasgos de la personalidad en cada gesto sabiamente pulido sobre la materia marmórea. Canova se dedicó a la mitología, aunque todos sus contemporáneos lograban ver seres reales bajo la apariencia de dioses griegos y romanos.
Su talento le permitió en apogeo de su fama, contar con mecenas a lo ancho y largo de Europa, incluyendo a Napoleón Bonaparte y su familia. Más adelante en su vida, incluso los estadounidenses le encargaron que hiciera una escultura de Washington para el estado de Carolina del Norte.
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